El verdadero origen de los trastornos cardiovasculares -la causa primaria del infarto- es la lesión del endotelio vascular debida al deterioro del colágeno y la matriz extracelular (1). Esta fragilidad en la estructura conectiva que tapiza el interior de los vasos sanguíneos se debe específicamente a la hipoascorbemia, o deficiencia innata de vitamina C característica del género humano (2). Como ha sido demostrado experimentalmente (por Linus Pauling, Mathias Rath, Irwin Stone, Ian McCormic) resolviendo la deficiencia estructural con los nutrientes adecuados –es decir, reparando el tejido conectivo- las microlesiones del endotelio se sanan y las placas ateromatosas simplemente se disuelven. Los nutrientes L-Lisina, ácido ascórbico, EGCG, EPA/DHA resuelven esta patología sin ninguna dificultad, mientras que los temores de que una dieta rica en grasas pueda dañar las arterias coronarias son infundados (3). William Lambarde, en “A perambulation of Kent; conteining the description, hystorie, and customes of that shyre”, (1576) escribió: " This Realme... wanted neither the favour of the Sunne, nor the fat of the Soile." (Este Reino no precisaba del favor del Sol, ni de la grasa de la Tierra.)
La hipercolesterolemia, contrario a la opinión convencional, no es la causa primaria de la enfermedad cardiovascular. La estrategia global de combatir con estatinas la patología cardiovascular no ha disminuido en nada su mortalidad, y los infartos continúan siendo la primera causa de muerte (4). Al mismo tiempo, el paradigma de la hipercolesterolemia falla en explicar fenómenos tan evidentes como:
Que la enfermedad cardiovascular es exclusiva de los seres humanos (o los monos antropomorfos y los Conejillos de Indias que tampoco sintetizan su vitamina C), ningún otro animal la padece.
Que los osos polares, por poner un ejemplo, llegan a tener 600mg/dL de colesterol e hibernan (sedentarismo total) parte del año, sin embargo y no padecen infartos ni ateromas.
Que la sangre con colesterol circula por todo el árbol vascular, no obstante, las lesiones y placas ateromatosas se localizan exclusivamente en las arterias, NO EN LAS VENAS.
Que la distribución de las lesiones no es uniforme sino que se concentra específica -y paradójicamente- en los sectores arteriales de mayor estrés mecánico (coronarias, carótidas, cayado aórtico, etc.) donde la circulación es fuerte y turbulenta, cuando la lógica convencional indica que deberían depositarse en las zonas de más tranquila circulación, como los capilares.
Y, finalmente, que la suplementación sistemática con ácido ascórbico o ascorbato (vitamina C) y los aminoácidos Lisina y Prolina (factores imprescindibles para la producción y mantenimiento del tejido conectivo, en especial del endotelio vascular) previenen -e incluso revierten por completo- la enfermedad cardiovascular (5).
Las grasas constructivas -parte integral de los alimentos en su estado primario- protegen el corazón. Los Inuit, Yupik, Evenki y otros pueblos paleolíticos no padecían enfermedad cardiovascular, ni diabetes, ni cáncer, a pesar de consumir una dieta compuesta casi exclusivamente de grasa saturada, pescado y carne (6,7). Este hecho se estableció claramente por varias expediciones antropológicas y médicas (Amudsen, 1918) (Stefansson, 1920) (Prieto Gratacos, 2013) realizadas en las regiones mas remotas del Ártico profundo.
Contrario a lo que ha divulgado la industria alimentaria desde los años setenta, las grasas que sí son realmente nocivas son las grasas poliinsaturadas, susceptibles de rápida peroxidación lipídica (rancidificación). Siempre que decida usar grasas poliinsaturadas como aceite de oliva, debe tratárselas de inmediato con antioxidantes sintéticos como el BHT (butilhidroxitolueno), del que se sabe que es perfectamente inocuo. La dosis de BHT necesaria para proteger 1 litro de aceite es de 1g (8).
Aún en el siglo XVI se usaban en el lenguaje literario expresiones en que “la grasa” significaba la parte más preciada, rica y recomendable de algo. Debido a la lipofobia de las últimas décadas, la dieta de la población del mundo occidental ha sufrido una peligrosa substitución de las grasas saturadas (totalmente estables y por demás inofensivas) por los aceites hidrogenados, las grasas trans y, en el mejor de los casos, los aceites vegetales poli-insaturados (sumamente vulnerables a la oxidación o rancificación).
No solo los aceites poliinsaturados se oxidan velozmente al contacto con el oxígeno y la luz dañando nuestro organismo en un sinnúmero de modos (cosa que las grasas saturadas como la mantequilla, la crema o los triglicéridos del aceite de coco -y por supuesto la grasa porcina, vacuna, - no sufren), sino que además la alimentación moderna es escasa en la clase correcta de ácidos grasos: los omega-3 primarios. La proporción de omega-6 a omega-3 comunmente ingerida en la dieta moderna es entonces de 20:1 o peor, o sea, la población ingiere un 2000% más de omega-6 de lo que debiera, considerando que el ratio apropiado debería ser cercano a 1:1 o, como mucho, 3:1, es decir tres gramos de omega 6 por cada gramo de omega 3 ingerido. Se ha asociado la desproporcionada cantidad de omega-6 en nuestra alimentación con un incremento del riesgo de contraer diversos tipos de cáncer.
Las harinas refinadas y los aceites vegetales, ricos en omega-6, son un agregado muy reciente a la dieta de los seres humanos. El organismo de los hombres de hoy es el resultado de la selección natural, y su evolución a lo largo de centenares de miles de años en medio de condiciones radicalmente diferente a las actuales. Los alimentos de alto índice glucémico y gran concentración de ácidos grasos trans, hidrogenados y omega-6 representan una dramática desviación de la clase de substancias a la que nuestros organismos se adaptaron.
Se ha establecido que esta escasez de grasas adecuadas es un importante factor en la creciente “epidemia” de enfermedades degenerativas que se viene registrando. Los ácidos grasos esenciales garantizan muchas funciones vitales de las cuales muchos médicos, nutricionistas y público en general ni siquiera tienen noticia.
REFERENCIAS:
Endothelial Cell Dysfunction and the Pathobiology of Atherosclerosis. Michael A. Gimbrone, Jr, M.D. and Guillermo García-Cardeña, Ph.D. Circ Res. 2016
A Unified Theory of Human Cardiovascular Disease Leading the Way to the Abolition of This Disease as a Cause for Human Mortality Matthias Rath M.D. and Linus PaulingMatthias Rath M.D. (1992) Journal of Orthomolecular Medicine, 7:153-162
Reducing the Risk for Cardiovascular Disease with Nutritional Supplements. Matthias Rath
How Statins Really Work Explains Why They Don't Really Work. Stephanie Seneff
NUTRITIONAL SUPPLEMENT PROGRAM HALTS PROGRESSION OF EARLY CORONARY ATHEROSCLEROSIS DOCUMENTED BY ULTRAFAST COMPUTED TOMOGRAPHY. Matthias Rath, M.D. and Aleksandra Niedzwiecki, Ph.D.
The Fifth Thule Expedition. Knud Amudsen
Cancer & Civilizacion: En Busca de la Salud Perdida (Prieto Gratacós, E.)
Butylated Hydroxytoluene in Edible Vegetable Oils from Local Markets of Chiang Mai and Mae Hong Son and Its Thermal Stability in Different Cooking Conditions. Maitree Suttajit
Ernesto Prieto Gratacós
Laboratorio de Terapia Metabólica, Buenos Aires.
muchas gracias!